lunes, 8 de junio de 2009

Política y Medios

Vietnam no nos enseñó nada

Hoy en día el espectáculo televisivo de las guerras no amenaza la legitimidad de los procedimientos militares de las potencias; más bien constituye un patético panegírico de las obstinaciones de gobiernos como Estados Unidos, que parecen no haber entendido bien el mensaje de Vietnam.

A Estados Unidos la guerra de Vietnam se le escapó de las manos. Pero el flanco desde el que detonó aquello no estaba en el campo de batalla. La sombra venía desde los medios de comunicación. Y esto tenía mucha lógica. Nunca en su historia los líderes políticos del "país del Tío Sam" estuvieron siquiera preparados para perder una batalla en los medios de comunicación. Creían firmemente que éstos actuarían siempre con obsecuencia.

Corría el año 1968 y un viejo reportero, Walter Cronkite, decidió ser más periodista que rostro obediente y se atrevió a hacerle ver a un gobierno y a un país que las cosas no eran como parecían.

¿Podía un solo hombre de medios tener más visión de Estado que el gobierno más poderoso del mundo? La marcha de las cosas dijo que sí.
Fue gracias a un reportaje de televisión que el ciudadano común salió de su engaño; y eso fue duro. El mismo elemento del que hasta entonces los gobiernos se habían aprovechado para manipular la balanza ahora era usado "en su contra".
el elemento de prueba que usó la televisión fue, aunque suene de perogrullo, la imagen. Porque podían ocurrir las atrocidades más grandes en cualquier lugar, pero sin la evidencia de las imágenes, el público no tenía acceso a enterarse de nada o de muy poco. Así de simple.
Mientras más más avanzaba la tecnología y se contaba con color y sonido, los despachos desde Indochina mostraban una realidad cada vez más nítida, lo que la hacía menos lejana, más humana.
¿Y qué pasó después?
Lamentablemente, la realidad mostrada por la tele adolecía de un grave mal. Dicho mal consistía en que era posible introducir en la mente de la gente lo que fuera, ya que ésta embobada con la novedad del juguetito, no tenía ni por asomo la inquietud de cuestionar la veracidad y legitimidad de lo mostrado.
Como la audiencia no podía oponerse al hechizo de las imágenes, no les fue tan difícil a Cronkite y a sus hombres de la CBS cambiar el producto, como cuando el carnicero decide con la misma máquina cortar mortadela y no jamón. En el contexto específico de Vietnam 1968, se decidió ya no producir propaganda política disfrazada de reportaje, sino lanzar un serio llamado de atención, un fuerte zacudón a la irresponsabilidad de un gobierno que se obstinaba en seguir con una masacre que no conseguiría ninguno de los objetivos propuestos.
Debido a que la intervención de los reporteros rindió frutos evidentes y la guerra comenzó a decaer, la CBS se erigió en un paladín o, al menos, en un asertivo ente de la sociedad que hacía bien su trabajo.
Pero a partir de ese mismo instante, todo cambió para volver a ser igual y la frase del Presidente Nixon dictó la sentencia: "No más Vietmams".
Nunca más la televisión se atrevió a apartarse del rumbo marcado por el canon del poder.
Como el viejo cuento del sofá de don Otto, los gobiernos una vez más se negaron a trabajar en el diván sus obsesiones e insistieron en la política del niño mimado. En esto, la opinión pública -entendida aquí como la teleaudiencia- ha tenido una cuota de participación importante. El problema es que la adhesión de la ciudadanía a sus gobiernos es, generalmente más emocional y cortoplacista que racional.
Es como si de Vietnam no se hubiese aprendido casi nada. Las cosas hoy están igual o peores que hasta 1968.
Todos los conflictos posteriores en que intervino EE.UU., tales como Granada (1983), Panamá (1989) o Haití (1994), por no mencionar el resto de las intervenciones en Latinoamérica, fueron claras muestras de que los grupos de poder saben convertir muy bien su "temor a las amenazas externas" en ofensiva propagandística. Y los televidentes, presos del pánico, terminan cayendo en la categoría de entes ignorantes a los que hay que "proteger" vendiéndoles el cuento del lobo.
La Guerra del Golfo Pérsico en 1991 fue el más espectacular de esos ejemplos. Ninguna imagen de la cruda verdad. Sólo shows pirotécnicos, que comentario aparte, se ven muy bien pot TV, pero que deshumanizan, descontextualizan y quitan profundidad a los dramas ajenos.
Funcionalidad ciega para con el mercado: si la imagen vende, entonces sólo eso vale.
Por su parte, los manos militares estadounidenses sacaron su propia lección, según su punto de vista. No trepidaron en destinar esfuerzos con tal de impedir que de ahí en más la televisión se les escapara de las manos. Vuelta entonces a la vieja práctica del "acarreo" de corresponsales como un pertrecho militar más. Los corresponsales de guerra, sobretodo de cadenas poderosas, cayeron en un bufonesco rol de voceros de la miopía política de Washington, el Pentágono y Wall Street.
Los casos de Afganistán e Irak no hacen sino, lamentablemente, confirmar que los seres humanos somos a veces más animales que las bestias.

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